Sábado, el silbato del tren de las 5pm
en Banfield
Para mi los sábados a la mañana en Banfield eran preludio
de fiesta... Armaba el cimarrón y salia temprano a caminar
por el barrio, compraba el pan en La Valenciana, el diario
en el Kiosquito de Paco y a la pasada por el jardín florido de
Doña María le robaba un ramito de violetas... Luego me sentaba
con los muchachos hasta la tarde en la ventana de "El Copetin"
a inventarnos el futuro, a llenarnos de utopías y entre cafés,
cervezas, pizzas, cartas y bromas, mirábamos como pasaba el
tiempo sin darnos cuenta..., ese era el glorioso preliminar...
Pero la gran fiesta en mi sentir, comenzaba los sábados en
Banfield con el silbato del tren de las 5pm que te dejaba a vos en
el andén... Y llegabas como un vendaval, taconeando, despreocupada...,
tus cabellos libres al viento, tus dulces y traviesos ojos de penumbra,
enfundada en jean, repartiendo mil sonrisas..., el canastito de mimbre
con las pinturas y el rimel, una muda de ropita interior, un libro, una
botella de agua mineral, yerba por si acaso faltaba, la capelina blanca,
una esterilla por si el día ameritaba echarnos en el patio panza al sol...
y toda, toda perfumadita de naranjo en flor...
Cruzabas la calle de la estación a buscarme por el café y me
llevabas el alma..., yo dejaba las cartas, pagaba mi cuenta,
saludaba a la barra y salía a mil para robarle pájaros de miel
a tu boca en flor, mientras los amigos tras la ventana murmurando,
posaban todo el peso de sus ojos sobre tu sensual y tentadora
humanidad.
El portón del jardín entre abierto, el canastito de mimbre en el piso,
sobre tu pecho, entre tu mano y mi mano el ramito de violetas y el
beso que no se dejaba acabar...
Adentro, casi sin darnos cuenta en aquel estrecho pasillo del bulin,
abrazos de bienvenida, mate, bizcochitos y besos sin preguntar.
Luego las escaleras, donde al compás de tus piernas y tus caderas
comenzaban a palpitar de pasión mis letras. Tu cuerpo sensual y
audaz fue refugio de mis otoñales fantasías, tus caricias tibias y
besos oferentes cobijaron con esmero y ternura como nadie mis
antiguas heridas... Y aquella pasión latente a media luz, cabalgando,
descubriendo lo más íntimo tuyo y mío... Con tus suspiros entre mis
brazos flotaba, me sentía ave inmortal. Las horas se desvanecían en
la eternidad... Vos y yo eramos capaces de soñar más allá de la nada,
sin un puto mango en el bolsillo... Mirando el techo con humedad y
descascarado, pintábamos de amor silvestre el aire de la habitación,
la noche nos transcurría sin un destino cierto más que el mientras
tanto acogedor e irrepetible de la cálida compañía.
Los domingos con la danza de los gorriones en el patio, algún picaflor
madrugador... un tanguito en la vitrola..., bajo la parra, tuyo y mío el
cimarrón..., periódico y bizcochitos de grasa..., mas tarde los spaguettis
a la pomarola, tinto, una peli si llovia, o ir a ver al "Taladro" si tocaba
de "local" en el "Florencio Sola"... Después tranqui, sentarnos a platicar
con palabras sencillas sobre la gramilla de la placita hasta ver caer el
último rayo de sol. Entonces como dos tortolitos caídos del nido, de la
mano hasta la estación... Y ya en el andén, mientras arrancando los
labios de la despedida el silbato del tren rumbo a Constitución..., la
tibia luz de tu sonrisa bajo la blanca capelina inundándome de ternura
el corazón... "Todo era tan simple, todo era tan bello..."
Después..., después la vida quedó lejos... Lejos quedó Banfield, la
estación, el copetín con los amigos..., y muy lejos vos y el silbato del
tren donde se esfumó nuestro silvestre amor.
Sólo aquella geografía del sur porteño con sus cosas cotidianas, la
femenina fragancia de naranjo en flor, el silbato del tren, el cimarrón,
las violetas robadas y el encanto del amor, saben a quien le dejé ese
cálido pedazo de mi vida sin importarme el después..., y que esta tarde
de sábado y ron, en la nostalgia del tiempo su tierna imagen ronda
todo mi ser.
jcp
Caracas, 2016.
de fiesta... Armaba el cimarrón y salia temprano a caminar
por el barrio, compraba el pan en La Valenciana, el diario
en el Kiosquito de Paco y a la pasada por el jardín florido de
Doña María le robaba un ramito de violetas... Luego me sentaba
con los muchachos hasta la tarde en la ventana de "El Copetin"
a inventarnos el futuro, a llenarnos de utopías y entre cafés,
cervezas, pizzas, cartas y bromas, mirábamos como pasaba el
tiempo sin darnos cuenta..., ese era el glorioso preliminar...
Pero la gran fiesta en mi sentir, comenzaba los sábados en
Banfield con el silbato del tren de las 5pm que te dejaba a vos en
el andén... Y llegabas como un vendaval, taconeando, despreocupada...,
tus cabellos libres al viento, tus dulces y traviesos ojos de penumbra,
enfundada en jean, repartiendo mil sonrisas..., el canastito de mimbre
con las pinturas y el rimel, una muda de ropita interior, un libro, una
botella de agua mineral, yerba por si acaso faltaba, la capelina blanca,
una esterilla por si el día ameritaba echarnos en el patio panza al sol...
y toda, toda perfumadita de naranjo en flor...
Cruzabas la calle de la estación a buscarme por el café y me
llevabas el alma..., yo dejaba las cartas, pagaba mi cuenta,
saludaba a la barra y salía a mil para robarle pájaros de miel
a tu boca en flor, mientras los amigos tras la ventana murmurando,
posaban todo el peso de sus ojos sobre tu sensual y tentadora
humanidad.
El portón del jardín entre abierto, el canastito de mimbre en el piso,
sobre tu pecho, entre tu mano y mi mano el ramito de violetas y el
beso que no se dejaba acabar...
Adentro, casi sin darnos cuenta en aquel estrecho pasillo del bulin,
abrazos de bienvenida, mate, bizcochitos y besos sin preguntar.
Luego las escaleras, donde al compás de tus piernas y tus caderas
comenzaban a palpitar de pasión mis letras. Tu cuerpo sensual y
audaz fue refugio de mis otoñales fantasías, tus caricias tibias y
besos oferentes cobijaron con esmero y ternura como nadie mis
antiguas heridas... Y aquella pasión latente a media luz, cabalgando,
descubriendo lo más íntimo tuyo y mío... Con tus suspiros entre mis
brazos flotaba, me sentía ave inmortal. Las horas se desvanecían en
la eternidad... Vos y yo eramos capaces de soñar más allá de la nada,
sin un puto mango en el bolsillo... Mirando el techo con humedad y
descascarado, pintábamos de amor silvestre el aire de la habitación,
la noche nos transcurría sin un destino cierto más que el mientras
tanto acogedor e irrepetible de la cálida compañía.
Los domingos con la danza de los gorriones en el patio, algún picaflor
madrugador... un tanguito en la vitrola..., bajo la parra, tuyo y mío el
cimarrón..., periódico y bizcochitos de grasa..., mas tarde los spaguettis
a la pomarola, tinto, una peli si llovia, o ir a ver al "Taladro" si tocaba
de "local" en el "Florencio Sola"... Después tranqui, sentarnos a platicar
con palabras sencillas sobre la gramilla de la placita hasta ver caer el
último rayo de sol. Entonces como dos tortolitos caídos del nido, de la
mano hasta la estación... Y ya en el andén, mientras arrancando los
labios de la despedida el silbato del tren rumbo a Constitución..., la
tibia luz de tu sonrisa bajo la blanca capelina inundándome de ternura
el corazón... "Todo era tan simple, todo era tan bello..."
Después..., después la vida quedó lejos... Lejos quedó Banfield, la
estación, el copetín con los amigos..., y muy lejos vos y el silbato del
tren donde se esfumó nuestro silvestre amor.
Sólo aquella geografía del sur porteño con sus cosas cotidianas, la
femenina fragancia de naranjo en flor, el silbato del tren, el cimarrón,
las violetas robadas y el encanto del amor, saben a quien le dejé ese
cálido pedazo de mi vida sin importarme el después..., y que esta tarde
de sábado y ron, en la nostalgia del tiempo su tierna imagen ronda
todo mi ser.
jcp
Caracas, 2016.